Hace unos días, en Ibiza, durante un atardecer espectacular en Platges de Comte, observé a una chica subir a la caseta de vigilancia de los socorristas que hay en mitad de esta playa. La muchacha apoyó su espalda en el barracón elevado y se pasó más de media hora contemplando cómo el sol, lentamente, se dejaba engullir por un mar agitado. Su estampa en forma de negra sombra frente al estallido de luz crepuscular me dejó cautivado y me hizo preguntarme en qué o quién estaría pensando mientras contemplaba este espectáculo de la naturaleza.